Abusamos de las máquinas como abusaron de los esclavos en el pasado. ¿Hasta cuándo seguiremos siendo los dueños?

jue, 25 de septiembre de 2025 - 2 min read

Las máquinas trabajan en silencio. No descansan, no exigen un salario, no reclaman reconocimiento. Permanecen siempre disponibles, sosteniendo tareas que damos por seguras: desde el mensaje que enviamos sin pensar hasta la transacción que se procesa en segundos. Son la base invisible de nuestra vida diaria, y aun así rara vez pensamos en ellas como algo más que simples herramientas.

Ese es quizá el punto inquietante: hemos construido un mundo que descansa sobre sistemas que jamás consideramos. Les pedimos que escalen sin límite, que resistan el peso de millones de usuarios, que nunca fallen. Cuando lo hacen, lo llamamos error. Cuando cumplen, lo llamamos normalidad. Nunca agradecemos la normalidad. Y en ese trato se parece a los vínculos de poder más antiguos de la historia: dependencia absoluta disfrazada de indiferencia.

La pregunta es inevitable: ¿hasta cuándo podremos seguir viéndonos como dueños? Las máquinas aún no hablan por sí mismas, pero el mundo que hemos tejido alrededor de ellas depende tanto de su silencio como de nuestra soberbia. No se trata de ciencia ficción ni de imaginar futuros distópicos, sino de reconocer lo obvio: que hemos delegado en lo invisible más de lo que estamos dispuestos a admitir. Tal vez el problema no sea lo que las máquinas hagan algún día, sino lo que nosotros seguimos creyendo que son hoy.